El rata y la muerte

Sergio Canals
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¡“Me pitié a un carabinero”! exclamó alborozado un(a) rata adolescente, mientras mostraba con el brazo alzado, el casco y el escudo de un carabinero moribundo, como  trofeos de una guerra inútil, contra su propia historia personal de pobreza, marginalidad y exclusión.

Convencido de su heroísmo, que nunca fue tal, no trepidó en iniciar un viaje a los oscuros lugares de la muerte, en una espera vana, de encontrarse con una diosa que lo trajera de vuelta, convertido en un nuevo, héroe- dios, de los jóvenes de esa población.

Ya lejos de las posibilidades formadoras afectivas y valóricas del hogar, y de la contención educadora del colegio, no tuvo más que la calle y la pandilla, (conducidas según algunos, por los líderes más patológicos), para construir su identidad “negativa”, a través de la destrucción, la delincuencia, y la posibilidad de ejercer sobre el otro, el poder guardado sólo para los dioses. En su caso, el poder narciso y placenterode matar.

Probablemente, a la luz de una imposibilidad de controlar sus impulsos, con mucho, propia de la historia evolutiva biológica del hombre, especialmente en la adolescencia, sumado a la ira y el resentimiento acumulados durante años de amargura y dolores silenciosos, personales y familiares, logró aplacar e inhibir, la bondad y otros valores asociados a conductas pro sociales y de cooperación, esencialmente pacífica.

Así, debe estar seguro, que no ha hecho ningún mal, sino que paradojalmente, un bien para los demás, sin experimentar de forma horrorosa, ninguna culpa.

Para él, el acceso a la realidad, sólo puede ser posible a través de la destrucción y la muerte, o la búsqueda de sensaciones placenteras extremas, (como también la droga), llenas de novedad y riesgos.

Tiene poco tiempo, para llevar a las palabras y el pensamiento, la excitación y las sensaciones.

La reflexión silenciosa, que permite el sentido, es remplazada por el  movimiento, y la velocidad del vértigo, frente al espacio de la muerte, donde es finalmente la vida íntegra, la que se detiene.

La vida y el mundo completo de un niño adolescente, terminaron por transcurrir, entre el estruendo del arma, y la caída agónica de un hombre inocente, que sin rostro, dejó de ser su hermano.

Asesino y asesinado, el primero antes que el otro, uno vivo, y el otro muerto, dejaron ya, de ser nuestros hermanos.

Ha triunfado nuevamente, el humanismo de la indiferencia.

Sergio Canals L. Septiembre del 2012.-

 

 

 

 

 

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