Estoy cansado…

Esta es la respuesta que más frecuentemente he recibido, durante las últimas tres semanas, de parte de la gran mayoría de las personas a las cuales les he preguntado: ¿cómo estás?

Después de esta declaración, mi interlocutor agrega a modo de disculpa, “bueno, como todo el mundo no más a estas alturas del año”

Es cierto, y no estoy diciendo ninguna novedad, que por razones bastante lógicas, acumulamos en el último bimestre del año una serie de actividades que nos llenan la agenda muy rápidamente, sin piedad por la hora, ni por los fines de semana.

Sin embargo este año, a diferencia de otros, creo escuchar el “estoy cansado/a” de una forma distinta, percibiendo un dejo a tristeza, pena, frustración y sentimientos similares, que por supuesto provocan cansancio, pero que ciertamente lo trascienden.

Hemos tenido un año duro y muy particular como país. Vivimos la desgracia de un accidente aéreo desgarrador, hubo condenas para sacerdotes católicos que generaron mucha desilusión y desolación, vivimos permanentemente en medio de una inestabilidad de las economías que reconocíamos hasta ese momento dentro de las más estables del mundo, surgió un movimiento de indignados en países ricos desde jóvenes que dicen que el sistema de relacionarnos no da para más, en Chile se inició un gran debate por un sistema educacional que busca equidad y calidad, tuvimos una dolorosa y extensa huelga de hambre de personas mapuches, y supimos de escandalosos delitos cometidos por empresarios y altos ejecutivos motivados exclusivamente por el logro de beneficios económicos personales.

Sin duda que todos estos hechos han aumentado nuestra ya alta desconfianza en el otro, sabemos que ya no somos los mismos, pero no sabemos quienes somos, tenemos la certeza de que las movilizaciones sociales continuarán el próximo año, porque no las hemos abordado integralmente como país, y que el 2012 será muy probablemente tan movido como este año que termina.

Como si fuese poco, hace pocas semanas, un estudio de la universidad de Sussex nos enrostró que ya no somos un país de sólidas y extensas redes sociales, sino que somos altamente individualistas (segundo entre treinta y seis para ser precisos) y dentro de los países de la OCDE somos el más desigual.

Obviamente, estos tristes records, no sólo confirman o explican en parte lo que ha pasado este año en nuestro país, sino que nos dejan en muy mal pie respecto de la posibilidad de buscar confiada y gratuitamente en otra persona un apoyo, una oreja y un hombro, sobre el cual podamos decir “estoy cansado”, “estoy triste”, “estoy confundido” o “estoy desesperanzado”.

Nace un nuevo año, tiempo para mirarnos nuevamente y aprender de nosotros mismos, para darnos una nueva oportunidad.

Todavía nos podemos relacionar de una manera más sencilla, directa y espontánea. De nosotros depende.

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