Se suele utilizar como lugar común la idea que las personas felices tienen mejores desempeños. A dos años del inicio de la pandemia del Covid-19 y con el lento pero sostenido retorno a la normalidad que están viviendo gran parte de las actividades presenciales, el retorno a los espacios físicos compartidos nos recuerda con más fuerza que antes la importancia de mantener buenos climas laborales.
En medio de la pandemia, y el teletrabajo que de manera acelerada trajo consigo, este tema de alguna manera había quedado suspendido, pues toda la atención se centró en cómo mantener la productividad y el funcionamiento de los diferentes procesos desde una lógica virtual. Pero ahora que compartimos espacios comunes, volvemos a cruzarnos en los pasillos y volvemos a tener esas a veces intimidantes reuniones con los jefes.
Diversos estudios avalan la idea que las personas felices en sus trabajos tienen un mayor aporte a la misión organizacional. Pero es importante quizás ir a un nivel aún más básico, pues en muchas ocasiones lo que hay no sólo es falta de felicidad, sino directamente maltrato. Podemos definir el maltrato como las instancias en donde los trabajadores son menospreciados en sus acciones, opiniones y pensamientos. Sabemos que existen casos evidentes de maltrato en donde éste llega a un nivel físico.
En la prensa cada cierto tiempo vemos casos en donde esto llego a niveles escalofriantes, como el empresario argentino Hugo Larrosa, condenado a 7 años de prisión por amedrentar, acosar y golpear a sus empleados para posteriormente darles un "bono". A veces el maltrato toma formas mucho más sutiles que incluso resultan ser invisibles para los mismos trabajadores y trabajadoras.
Tal es el caso de la jefatura que bajo el argumento de "ponerse la camiseta" lleva a sus trabajadores al límite de sus esfuerzos, traspasando todos los límites de lo permitido, especialmente en lo relacionado con la conciliación de los tiempos laborales, familiares y de ocio o descanso. Cuantas veces en las oficinas se escuchan frases como "esto es para ayer", "nuestra pega debe ser 24/7", o el clásico "andamos apagando incendios". Jornadas de largas horas, reuniones los fines de semana y evidente disminución del tiempo familiar son pan de cada día en este tipo de ambientes.
Lo cierto es que muchas veces en nombre de la organización se pasa a llevar la integridad psicológica de los y las trabajadores toda vez que esos "incendios" implican llevar a las personas a una sensación de incompetencia difícil de erradicar. El maltrato deja siempre la misma huella: una baja autoestima y una completa desmotivación hacia el trabajo, desmotivación que rápidamente permea a las otras esferas de la vida. Quizás lo más grave es que las víctimas muchas veces justifican estas transgresiones con el mismo argumento del "bien organizacional" generándose en toda su plenitud el conocido fenómeno del síndrome de Estocolmo. Lo cierto es que ninguna labor justifica poner en peligro la salud psicológica de las personas y los jefes o jefas que mantienen ese paradigma del "trabajólico" no solo son líderes nocivos sino que están de alguna manera destinados a enfermar.
Un líder enfermo no hace sino más que enfermar a su organización. Por ello, debemos generar todos los medios técnicos pero también legales para fomentar y consolidar buenos ambientes laborales pues solo personas que se sientan valoradas y respetadas en todas sus dimensiones sociales podrán cumplir con los objetivos fijados, por muy inalcanzables y fríos que estos puedan parecer.
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