“Juan Nadie” de las plataformas digitales, o la ilusión de la influencia

Lo mismo que hace aproximadamente un siglo diagnosticó el filósofo José Ortega y Gasset, lo estamos viviendo hoy, pero yo diría con una intensidad mayúscula: la rebelión del gentío, de las aglomeraciones humanas, la instalación en lugares y espacios de las “muchedumbres”, que inundan todos los sitios, incluso aquellos que eran usados por una minoría.

Las masas, como “todo aquel que se siente como todo el mundo y, sin embargo, no se angustia, se siente bien sentirse idéntico a los demás” escribió en La Rebelión de las Masas, son las muchedumbres que están despertando y manifestando gustos, sus ideas, sus propósitos y opiniones por doquier, inundando Internet, derramando y derrapando frases, signos, garabatos, emoticones, likes, pensamientos y basuras por las plataformas que tocan incesantemente el timbre de nuestros dispositivos. 

Porque la muchedumbre no es sólo un fenómeno físico, de la calle, de las ferias, los malls o los estadios. Está ahora en la red, en las plataformas como Facebook, Instagram, Twitter, WhatsApp.  

¿Dónde está el punto de la discusión? En si vamos o no derecho a caer en el personaje que analiza el filósofo esloveno Slavoj Zizek, “John” (They Live Sunglasses), alguien olvidado, un número más dentro de la muchedumbre, un obrero sin casa que deambula por Los Ángeles.

El personaje que describe Zizek, se encuentra con unos anteojos de sol en un templo olvidado, y al usarlos descubre la ideología detrás, por ejemplo, de los anuncios; como en la Caverna de Platón, donde encerrados los esclavos sólo ven las sombras de verdad, con los lentes puestos, Juan puede ver la verdad, la realidad, y siente el temor vertiginoso del engaño del que ha sido objeto.
La masa vive, como Juan, en su área de confort que no cuestiona casi nada. Sin embargo, ahora tiene la ilusión de la influencia, pero lo que no sabe es que detrás de aquellas plataformas digitales hay programadores de redes cuyo poder radica, precisamente, en vender esa quimera.

Son los propietarios o directivos de estas plataformas, no sólo de las redes sociales, sino de los medios digitales, quienes proveen el ágora donde los actores, grandes y chicos, profieren sus discursos, como si fueran propios. Lo son, pero el medio por donde circula es de otros, y está pragmáticamente programado para delimitar toda esa realidad dentro de una cancha.

El poder de conexión como lo llama Manuel Castells agita y facilita el ágora por un principio económico: el valor de una red de comunicaciones aumenta de forma proporcional al cuadrado de su número de usuarios, la cuestionada ley de Metcalfe (Metcalfe´s Law is Wrong). Puede que Metcalfe estuviera equivocado, pero obviamente que mientras más usuarios tenga una red, más valor económico tiene.

Al igual que sin los lentes de John, y parafraseando a Ortega, nos sentimos bien al ser igual a otros, en la sociedad de masas digitalizadas.

Incluso a veces sentimos satisfacción creyendo influir en las redes, pero durante un rato y de forma periódica usemos los lentes para darnos cuenta de que el ágora no es nuestra, sino de pocos, que las redes no son una democracia sino un fundo donde se nos permite transitar, y no siempre gratis.

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