El fallido retorno a clases, implementado por el ministerio de Educación, ha generado diversas reacciones en la opinión pública. Las imágenes de los establecimientos utilizados para esta puesta en escena, a uno de los cuales no llegó ningún alumno, se han prestado para todo tipo de comentarios.
El MINEDUC ha enfocado desde hace meses su gestión en intentar la normalización de los planteles, descuidando algo tan elemental como haber apoyado más decididamente lo que sí estaba ocurriendo, que son las clases telemáticas, que hasta ahora se llevan adelante casi exclusivamente por la iniciativa de profesores y apoderados.
Lo ocurrido demuestra una enorme desconexión de dicha cartera con la realidad y con el sentir de miles de padres y madres. La percepción ciudadana es que enviar a los niños a los colegios es un enorme riesgo, mientras el COVID19 no de señales de aflojar y, por el contrario, siga en incremento en algunas zonas del país.
Es un peligro para los estudiantes, para sus maestras y maestros o educadoras, para la comunidad escolar en general y, por supuesto, para sus familias, incluidos muchos adultos mayores, sus abuelas y abuelos, con quienes tienen una relación cotidiana.
Pero más aún, lo que los apoderados advierten es que el regreso a las clases no sólo es un riesgo, sino más aún, uno absolutamente innecesario, cuando nos encontramos en octubre, vale decir a menos de dos meses del cierre habitual del año escolar. Nadie supone que en este par de semanas se logre revertir sustantivamente la merma en los contenidos.
Ello hace que no quede claro si tras el majadero intento de volver a las aulas, que ya tuvo su primer fiasco en los tiempos de la nueva normalidad, que precedió al primer peak de casos de coronavirus, está realmente el interés educativo o la necesidad de reactivar la economía, lo que requiere tener donde dejar a las niñas, niños y adolescentes.
Creo que el ministerio de Educación ha perdido la ocasión de haber reorientado sus esfuerzos. En primer término a agotar los esfuerzos porque el máximo de alumnas y alumnos pudieran finalizar el año por las vía telemática. En segundo lugar, por brindar el necesario apoyo psicológico que hace tanta falta ante este prolongado e incierto encierro.
Como indican muchos pedagogos y especialistas, es evidente que este será un año distinto en términos de aprendizaje. Probablemente, con una menor profundidad y rigor en los aspectos cognoscitivos, pero con una importante experiencia en términos afectivos, sociales y culturales, los que, lamentablemente, se valoran menos, en un sistema educativo empobrecido por el SIMCE y la medición psicométrica.
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