Ni Machucas, ni Larraínes, sólo el derecho ciudadano a la educación

En los últimos dos meses, hemos vuelto sobre la discusión que creíamos superada, dado los largos debates y negociaciones políticas que se produjeron hace un par de años atrás sobre La Ley de Inclusión Escolar, en particular, sobre el proceso de ingreso a las instituciones escolares.

Así, el proyecto “Admisión Justa”, ha provocado una serie de discusiones, en diferentes direcciones, sobre el valor del mérito y esfuerzo individual estudiantil como criterio de selección de ingreso a determinados proyectos educativos y respecto a cómo organizar un sistema que pueda potenciar tal valor.

Es innegable, que el capital cultural de las familias, altamente asociado con el nivel socio económico de éstas, anida en su construcción, el valor del esfuerzo, logro y reconocimiento, quienes por costumbre recompensan de alguna forma tal mérito en sus hijos e hijas.

En este sentido, también es tradición, en gran parte de las instituciones escolares, otorgar reconocimientos de todo tipo (simbólicos, expresado en diplomas) en las áreas deportivas, artísticas y naturalmente académicas.

Sin embargo, existe un premio casi transversal en todos los proyectos educativos, que en más de una oportunidad, y ocasiones se festina con el, es el del mejor compañero(a).  Éste, a diferencia de otros premios, es votado por las y los compañeros de curso. Probablemente, esta instancia,  junto con la elección de la directiva, puedan ser las manifestaciones más democráticas que se viven en la escuela.

Más allá de los proyectos de leyes etiquetadas (“Machuca”, “Admisión Justa”, etc.), es interesante conjeturar como manifestación de mérito, el premio al mejor compañero (a), el cual posee la virtud de reconocer a un estudiante, que reúne una serie de características que son altamente valoradas por sus compañeros(as). Quizás, entre otras, las más loables, desde el punto de vista del desarrollo humano, son la solidaridad, bondad y el apoyo manifestado por parte de tal compañero de curso.

Si bien, puede ser bastante pragmático y efectista, seleccionar según mérito académico el ingreso de estudiantes a determinadas instituciones escolares que, por tradición o mandato político, se han ido construyendo de esta forma, no es menos cierto, que el espíritu de la Ley de Inclusión, con dicho criterio de selección, se ve contradicha, y no hace más que poner nuevamente en la discusión, una suerte de por qué ellos sí y nosotros no.

En este punto, se genera discriminación y exclusión sistémica a nivel estudiantil y escolar al derecho a la educación. Sería entonces, ya hora, de exigir a tales instituciones educativas, que han construido su prestigio académico a través de la selección por mérito y/o recursos económicos, tanto públicas como privadas, un proyecto educativo inclusivo y efectivo, con un modelo pedagógico de vanguardia, que abordase la diversidad de capacidades y orígenes de cuna como riqueza para el aprendizaje en la vida ciudadana y aporte a la sociedad chilena.

Por lo demás, tanto profesores como directores, saben muy bien, y al parecer no tanto los expertos en política educativa, que es bastante más fácil enseñar en un curso donde se concentran estudiantes de mérito académico, a diferencia de la instancia donde tal práctica docente no ocurre. De hecho, no son pocos los proyectos educativos, en determinadas disciplinas, que se agrupan por niveles, generando internamente más homogeneidad que heterogeneidad. En otras palabras, la aplicación de un dispositivo de exclusión interna.

Cada vez, se necesita más, en la discusión y en la elaboración de políticas educativas, evidenciar que es posible co-construir un curriculum que ponga en el centro la riqueza de la complejidad y diversidad de la persona humana en sus contextos.

Por otro lado, es necesario que ese mismo curriculum privilegié sobre todo las metodologías de enseñanza y aprendizaje basadas en la colaboración, más que en la competencia individualista. Prueba de ello, es que en gran parte de los llamados premios “Nobel de Educación”, otorgados a profesores, connotan aspectos de aprendizajes logrados por éstos, más focalizado en la comunidad que en la individualidad del logro alcanzado por un estudiante.

Bajo esta línea, está el ejemplo de resignificar esa rica experiencia de ir a estudiar a la casa de un compañero(a), pudiendo ser éste, hijo de un médico, abogado o también de un obrero no calificado.

Sin lugar a dudas, esa integración socioeducativa y pedagógica, permitiría tener muchos candidatos en la distinción de mejor compañero, y no seguir eufemísticamente, en la senda de las diferentes manifestaciones de la exclusión educativa, que por lo demás, cada vez amenaza a la convivencia ciudadana, siendo caldo de cultivo de la violencia y de la lucha de clases.

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