El Senado brasileño ha destituido a la Presidenta Dilma Rousseff. Se le acusó de delito de responsabilidad, una especie de infracción administrativa que -según sus acusadores- se configuró al modificar discrecionalmente las asignaciones presupuestarias, alterando lo decidido por el Parlamento.
Su defensa alega que esto ha sido algo habitual en todos los Gobiernos. El Partido de los Trabajadores ha calificado la maniobra como un golpe de Estado civil, fraguado por sectores de derecha que han conseguido por esta vía el poder que se les negó en las urnas.
Asimismo, se cuestiona que la acusación constitucional haya sido promovida y llevada adelante por una mayoría de legisladores, muchos de los cuales se encuentran gravemente cuestionados e incluso acusados por los casos de corrupción que investiga la justicia. La maniobra sería, entonces, una venganza contra Rousseff por haberse mantenido al margen, sin detener la acción de los tribunales.
Lo ocurrido es doloroso desde diversas perspectivas. En lo personal, la Presidenta Rousseff es una mujer valiente. Se enfrentó a la pasada dictadura, lo que le valió la prisión y la tortura. Tras ser elegida como la primera mujer en encabezar al gigante latinoamericano, siguió adelante con las políticas redistributivas iniciadas por el Presidente Luiz Inacio Lula da Silva. Su popularidad ha sido afectada por la debilidad económica producto de la desaceleración global. Pese a ello, había revalidado su mandato en una reñida elección.
En lo político, nuestros países han aprendido las consecuencias de la inestabilidad y de las rupturas institucionales. Si bien no hay, en este caso, un golpe de fuerza y cruento, como los que sufrimos en la década de los ’70 es de todas formas, muy peligroso que los procesos democráticos queden truncados de este modo.
En lo social, es de esperar que las conquistas que los gobiernos de los Presidentes Da Silva y Rousseff han entregado a los vastos sectores postergados de la nación hermana no sean sacrificados o recortados en aras de la reactivación económica, cuestión que constituye la principal preocupación de líderes sindicales y poblacionales.
En todo caso, es importante también tomar las experiencias y asimilarlas. El resultado del impeachment sólo es explicable por la ruptura con el Ejecutivo de su principal aliado, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, en el cual milita el ex vicepresidente, ahora convertido en primer mandatario, Michel Temer, lo que le restó la gobernabilidad necesaria, expresada en el control del Parlamento.
Ello nos muestra nítidamente la necesidad irrenunciable para la centro izquierda de fortalecer y cohesionar las alianzas de Gobierno, a través de programas claros y consistentes y de prácticas fraternas y respetuosas.
También revela la necesidad de mantener a sus adherentes activos e involucrados con las reformas que se impulsan. Siempre hay sectores conservadores que buscan, por diversas vías, mantener sus privilegios y detener los cambios.
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