Históricamente la noción de humanidad es una conquista tardía. Si nos remontamos hacia épocas pasadas podemos constatar que la noción de pertenencia a un grupo, se limitaba en los hombres al grupo familiar, a la tribu que derivaba de este o, en el mejor de los casos, a la ciudad (Polis). El que no pertenecía a estas agrupaciones no era considerado como un igual en ningún sentido y en los pueblos primitivos ni siquiera existía una palabra para denominar a los hombres en sentido genérico. El “otro” es simplemente un animal tan extraño como cualquier otro y al que se puede matar, someter o incluso comer, sin el menor remordimiento.
Para ver aparecer en la historia humana una primera noción de humanidad hay que remontarse a Grecia, donde por primera vez surge la conciencia de universalidad en los filósofos (Heráclito) y en los políticos.
Alejandro Magno, por ejemplo, instaura en sus reinos una noción cultural de helenismo que incluye a todos los pueblos que pertenecen a su imperio y que adoptan la lengua y la cultura griega. La época helenística es el momento en que los logros de la cultura griega se expanden hacia todo el mundo antiguo, dando lugar a un mundo común en el que las diferencias se diluyen. Algo parecido ocurrirá con Napoleón que inaugura la política europea y expande hacia el continente los logros de la revolución francesa.
En el plano religioso y en la misma época en que en Grecia aparece la universalidad filosófica, en el Medio Oriente en el siglo VI A.C. aparece el judaísmo universalista, que posteriormente a través de San Pablo dará lugar a las creencias cristianas de un dios único y universal que hermana a todos los seres humanos.
El pensamiento universalista se afirma con la Ilustración y en el plano político con la Revolución francesa de modo que solo a partir del siglo XVIII podemos decir que es un logro que comienza a establecerse como principio de la acción política y la organización institucional de los diferentes pueblos.
La idea de la Sociedad de Naciones, primero, y de la ONU, después, va a iniciar un proceso de reconocimiento universal de la igualdad de todos los hombres y va a establecer bases de relación entre los diferentes pueblos, salvaguardando los derechos individuales por encima de las diversas pertenencias nacionales.
Por tanto, solo con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial se puede afirmar que exista una noción universal de humanidad. A este logro no es ajena la derrota del nacionalsocialismo alemán que pretendió pisotear los logros de la modernidad y sobreponer a los derechos universales del hombre, las nociones de nación y de raza.
La política de Trump en los últimos meses pretende hacer retroceder al mundo hacia los tiempos de barbarie en los cuales la negación del destino común de los hombres por consideraciones de tipo nacionalista causaron desastres monstruosos.
Trump quiere que volvamos a un mundo en el que impere la política del “sálvese quien pueda”, del egoísmo desenfrenado y sin límites, en el cual lo único que importa es como me va a mí, dando la espalda a todo tipo de solidaridad entre los hombres.
Un pensamiento como este es altamente peligroso y transforma a quien lo defiende derechamente en un enemigo de la humanidad, esa misma humanidad que ha demorado siglos en aparecer como tal y que por cierto depende de la responsabilidad de todos para establecerse como algo definitivamente ganado.
Cuando Trump lanza sus insolentes consignas de “América primero”, por ejemplo, no solo se dirige a los estadounidenses que han votado por él, sino al resto de los habitantes de este planeta que han observado estos hechos con consternación. El mensaje es claro, “no me importas tú, porque no perteneces a mi país. Yo solo me ocupo de lo mío y lo que puede pasar contigo me tiene sin cuidado”.
Un mensaje como este es altamente peligroso en política y lamentablemente no es la primera vez que aparece. También Hitler decía lo mismo y las acciones que surgieron de estos pronunciamientos constituyeron un desastre no solo para los demás seres humanos, sino también para su propio pueblo.
La última barbaridad perpetrada por este macabro payaso ha sido su anuncio de la salida de EEUU del acuerdo de París, pronunciamiento rechazado por la mayoría de los países firmantes, pero también por muchos estadounidenses conscientes de la gravedad de este hecho.
La mejor respuesta a esta decisión ha sido dada por Emanuel Macron, quién tomando la consigna nacionalista de Trump la ha dirigido contra él mismo: “Make our planet great again”. Esto denota una reafirmación de los valores humanistas amenazados por estas peligrosas políticas que están trasformando a Estados Unidos en un país altamente peligroso, pues las postulaciones de su presidente denotan indiferencia y agresividad hacia el resto de los países y hacia el destino de todos los demás seres humanos.
Felizmente nos queda Europa, que a pesar de los quebrantamientos producidos por el Brexit se alza hoy día con fuerza como la única esperanza de un mundo humanista en el que se reconozca la urgencia de una política común frente a los desastres ecológicos, pero también frente a los peligros del nacionalismo y la barbarie.
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