En todo Chiloé se comenta que el puente sobre el Canal de Chacao no es para los chilotes sino para las mineras, pues en la Isla Grande se han entregado ya más de 100 concesiones de exploración y explotación. El desastre socioambiental que cierne sobre el archipiélago es de grandes proporciones. En lo fundamental, no es el patrimonio paisajístico que maravilla al turista lo que está amenazado sino una forma de vida que constituye la identidad del ser chilote.
Cuando el ex Presidente, Ricardo Lagos posó sobre la mesa una maqueta del puente para el Canal de Chacao, un corillo de burócratas y empresarios afinó las cuerdas para reforzar la idea de que la integración y el desarrollo de Chiloé dependían inexorablemente de su construcción. Para los chilotes, en cambio, conocedores de esta tierra maravillosa y su historia, algo desconcertante ocurría. Un enorme puente colgante nos resultaba pretensiosamente innecesario cuando había tantas carencias en hospitales, escuelas, así como también en lo concerniente a caminos y embarcaciones que comunicaran poblados e islas del archipiélago.
El proyecto que pretende unir a la Isla Grande con el continente ha sido, en efecto, una idea accidentada. Impulsada por el entonces Presidente Frei, la idea tomó fuerza durante la presidencia de Lagos, quién hasta hoy defiende con entusiasmo su construcción.
Tan escarpado ha sido el camino para este proyecto que su inviabilidad política y económica dio origen, en 2006, al Plan Chiloé, alternativa que prometió un gran número de mejoras sociales y de infraestructura que reemplazaran el fallido puente y respondieran en alguna medida a las reales necesidades de los chilotes.
Con todo, el famoso Plan Chiloé no fue necesariamente una sentencia de muerte al cuestionado proyecto del Puente sobre el Canal de Chacao. El ex presidente Piñera retomó la iniciativa con gran obstinación, y el actual gobierno ha conducido las acciones para iniciar cuanto antes las obras.
Desgraciadamente, todo parece indicar que es un proyecto resuelto ya a transformarse en realidad. Para este mes se anunció la llegada del barco que tiene como misión iniciar las obras de construcción antes de acabar el presente año. Desde Corea del Sur navega para satisfacer un deseo que no proviene de los chilotes y que genera gran aversión en la isla. El obstinado afán de concretar este mega proyecto resulta en extremo preocupante cuando el propio pueblo chilote dice no quererlo ni necesitarlo. ¿No parece entonces esto más una imposición que un beneficio?
En el archipiélago se denuncia que el puente sobre el Canal de Chacao no es para los coterráneos sino para las mineras. En la Isla Grande de Chiloé se han entregado ya más de 100 concesiones mineras vinculadas a oro, platino, carbón hierro y turba.
Para quienes no hayan oído hablar de esta última, la turba es un material orgánico formado por una masa esponjosa y se encuentra principalmente en zonas de humedales y cuencas lacustres. La acumulación de estas constituye lo que se denomina turberas (básicamente humedales ácidos) y desempeña una función importante conteniendo una gran biodiversidad. Por si ello parece poca cosa, es conveniente agregar que las turberas regulan el ciclo del carbono mediante la captación de carbono atmosférico, de modo tal que contribuye a reducir el efecto invernadero. Como podrá imaginarse, la turba tiene también propiedades combustibles, razón por la cual es frecuentemente apetecida.
No hay rincón en las islas que componen el archipiélago donde todo esto no sea comentado. El recuerdo de la experiencia salmonera está bastante fresco aún como para pasar por alto la naturaleza expoliadora del capital. El itinerario de la explotación laboral y la devastación ambiental no se encuentran en el mundo de las ideas sino en la realidad concreta y reciente del chilote. Si las mineras han destruido el norte de Chile al nivel que hoy conocemos, imagínese usted el daño que pueden ocasionar en una isla como Chiloé.
La condición insular de Chiloé ha sido hasta ahora nuestro mayor resguardo. El puente que se pretende construir disminuirá los costos para la entrada de la industria minera y forestal. La presencia de forestales aumentará considerablemente y será cosa de breve tiempo su instalación completa. Aquello que la gente común solemos llamar bosques estará bajo amenaza reducida a la categoría mercantil de tesoro maderero (varios de estos corresponden además a bosques nativos, con ejemplares únicos y milenarios).
Nos encontramos así ante el eterno problema que señalara Eduardo Galeano en Las Venas Abiertas de América Latina: "nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros".
En las calles de las ciudades chilotas, así como en sus campos, la gente señala con gran claridad que en veinte años no habrá Chiloé; que los mares y los bosques serán parte de un recuerdo vívido únicamente en las añoranzas del folclore.
Al puente que uniría desde Pargua hasta Chacao se suma otro proyecto consistente en la construcción de un megapuerto en la sureña ciudad chilota de Quellón. Ambos proyectos son de gran interés de la industria salmonera que, luego de destruir el mar chilote, se desplaza hasta tierras magallánicas con su itinerario de destrucción y explotación.
Con Quellón convertido en megapuerto y con un puente anexando la isla al continente, Chiloé se transforma en zona de paso para las mismas empresas que mataron el mar y destruyeron la vida de miles de pescadores.
El desastre socioambiental que cierne sobre Chiloé es de grandes proporciones. Queda otro tanto que decir acerca de las implicancias culturales de esta avanzada extractivista; sobre el impacto en las relaciones comunitarias fuertemente arraigadas en la vida chilota, en la cosmovisión isleña y su relación con el mar y los bosques.
En lo fundamental, no es el patrimonio paisajístico que maravilla al turista lo que está amenazado sino una forma de vida que constituye la identidad del ser chilote. La inminente construcción del puente es una pésima noticia.
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