Todos decimos saber, tiempo de malas interpretaciones

¿Por qué nos sorprenden los desenlaces? Cada vez que los resultados de un proceso no son como queremos, nos sorprendemos. Se produce una suerte de desconcierto en la explicación, se alude a falta de interpretaciones o a nuevos fenómenos comunicacionales.

Así, las derrotas se tienden a explicar con sorpresa, como sucedió con el Brexit, el acuerdo paz en Colombia, con las elecciones en Estados Unidos, con nuestras elecciones municipales, en fin, y la explicación sigue siendo siempre la misma.La ciudadanía busca algo distinto.

Surgen todo tipo de análisis sobre el descontento expresado en el voto, que, como en el caso de Estados Unidos, decanta en la idea de amplios grupos sociales que no han sido escuchados o que los medios de comunicación no supieron reflejar porque no fueron capaces de ver, dada la imposibilidad de observar que en ellos estaba la expresión de un mensaje.

Todos decimos saber, pero pareciera que al momento de diseñar respuestas comunicacionales ante los nuevos escenarios sociales hacemos lo mismo que hemos hecho siempre. Al diseñar estrategias de escucha o de comunicaciones, se vuelve a respuestas que no interpretan los sentidos actuales.

Y es que el malestar es, ante todo, emocional. Y frente a los malestares, seguimos dando respuestas racionales que solamente garantizan nuevos fracasos.  Las situaciones comunicacionales (o políticas) cambian, pero las respuestas comunicacionales siguen siendo las mismas. Entonces, suena a facilismo sorprenderse ante resultados que no son los que esperábamos si ya estamos alertados acerca de la brecha entre los mensajes de descontento y nuestra interpretación y respuesta ante ellos.

Los medios de comunicación construyeron la idea de la imposibilidad del triunfo de Trump antes de escudriñar en qué es lo había detrás de esos millones de votantes que aún seguían prefiriendo al candidato republicano pese a que en diarios y televisión se le presentaba con su perfil más grotesco.  He ahí la brecha que impide desentrañar los mensajes de la gente, he ahí el origen de la sorpresa ante los resultados no esperados. 

Cómo desentrañar el mensaje, cómo conectar con la emoción que hay tras las distintas formas en que el descontento se manifiesta, es una pregunta clave en cuya respuesta radica la posibilidad de crear un nuevo relato nacido de la capacidad de interpretar estas emociones, un relato que dé cuenta de los problemas que hoy no vemos,  pero que otros sienten como tales, de sus dimensiones emocionales con las que hoy nuestra razón parece no lograr conectar ni entender.

Pensando en las categorías del lenguaje, más que en el análisis político, preguntémonos por ejemplo si mediante las palabras que usamos para nombrar estamos definiendo correctamente el fondo del problema; si mediante el uso equívoco de las palabras y los conceptos terminamos generando ceguera sobre la explicación de fondo de los fenómenos que hoy acompañan nuestra vida cívica.

No es lo mismo hablar de abstención, por apatía general, que por desencanto con un candidato en particular, ni menos mezclarlo con la idea de un voto de castigo o de protesta. Sin embargo, muchas veces tendemos a meter todos los términos en un mismo saco, del que luego sacamos indistintamente uno u otro para nombrar lo que queremos explicar.

En momentos en que la lectura del mensaje de malestar de nuestra sociedad se hace más difícil, pereciera que estamos dando las mismas respuestas para problemas distintos, me pregunto, no será que no nos hacemos las preguntas correctas ante los nuevos escenarios. De partida, preguntarnos si, a la luz de fenómenos socio-culturales cuyos efectos nos sorprenden, nuestro sentido común sigue siendo verdaderamente común.

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