Nos volvemos a levantar

Cada 8 de marzo reaparecen las luchas de antaño como conquistas que refuerzan los actuales anhelos de transformación. Reaparecen para alentarnos después de tantos episodios grises como los asesinatos de mujeres por razones de género y de las muertes de mujeres por abortos clandestinos. Ante ambas muertes el Estado ha sido débil por décadas y los actores políticos han tomado palco muchas veces. 

En los años 30` las sufragistas chilenas dijeron decididas “queremos votar en las próximas elecciones”. Lograron el voto universal en 1949, pero recién en las elecciones de 1952 lo ejercieron. En ese contexto votar constituía el ejercicio soberano de la democracia. Esta conquista significó una de las transformaciones culturales más importantes del siglo: la ampliación de la ciudadanía. Hoy las mujeres enfrentamos una serie de desafíos que van más allá del derecho a sufragio, necesitamos que el sistema democrático nos incluya en nuestra diversidad y que esa diversidad tenga su expresión no solo en la participación sino también en la representación.

Para los derechos de la mujeres la elección presidencial y parlamentaria este 2017 supone un reto programático mayor. Después de casi treinta años de instalación de las primeras políticas de igualdad pos dictadura, hemos visto cambios normativos y creación de institucionalidad para las mujeres, con impactos variados; sin embargo, estas acciones no han estado acompañadas de un cambio cultural verdaderamente transformador. Una propuesta política que no aborde ciertos problemas culturales relacionados con la desigualdad entre hombres y mujeres, se quedará en ideas más no en la acción transformadora que es la que puede finalmente permitir la conquista de escenarios igualitarios en materia de derechos sociales, políticos, económicos y culturales.

Más aún, un programa que no de cuenta de ideas que piensen la cultura como una trama, donde sí es posible el respeto por la diferencia y al mismo tiempo entender que esa diferencia no es causal por sí misma de desigualdad, seguirá siendo un programa como los que hemos visto en estas últimas décadas: con ideas supuestamente progresistas, pero conservadores en sus fundamentos y medidas.

Este año podemos exigir que “queremos votar por un programa para las mujeres”.

Un programa que haciéndose cargo de las brechas en distintos ámbitos, apueste por transformaciones que hagan sentido, por ejemplo, con una economía del cuidado y sus implicancias en la participación política y laboral de las mujeres.

Un programa que aborde el derecho a vivir sin violencia de las mujeres y las niñas, sin tabúes, observando que esas violencias se producen en contextos tan variados como la calle, la familia, la escuela, el trabajo, la publicidad, el Estado.

Un programa que tenga resonancia en territorios cuyos problemas son urbanísticos y de transporte, y también en aquellos donde lo central es el abuso de nuestros recursos naturales; una visión política transformadora debe saber mirar cómo impactan estas temáticas de manera distinta la vida de las mujeres.

Otro desafío formal este 2017 es la implementación de las cuotas en las listas nacionales que postulen al Congreso. Quedará en evidencia si los partidos tradicionales y nuevos están dispuestos a correr el cerco y apostar por mujeres que encabecen proyectos políticos o simplemente cumplirán la norma. Para que la calidad de la representación sea una meta, quienes lideren un programa político transformador deberán entender que sin mujeres a la cabeza y sin una propuesta que tenga resonancia en la cultura, la democracia seguirá siendo deficitaria.

Decidamos qué ideas nos permiten profundizar el ejercicio de nuestros derechos y qué programa permitirá ampliar las nociones de democracia, igualdad y justicia. Que cuando hablemos de acoso callejero, de violencia simbólica en los medios, de misoginia en la academia y sindicatos, de trabajos precarios, no tengamos que recurrir a los argumentos de antaño para defender nuestra tan resistida autonomía. Que el mundo político acuse recibo del déficit democrático en sus programas para el país, haciéndose cargo de esas conductas cotidianas que vulneran y afectan la dignidad y la vida de tantas chilenas.

Este 8 de marzo nos volvemos a levantar, feministas y defensoras de nuestros derechos, con la valentía de quienes nos anteceden en estas luchas y con la mirada en las mujeres que nos siguen.

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