“El clima extremo desplazó a 7 millones de personas en la primera mitad del 2019” es el preocupante artículo de The New York Times que cita los datos del Centro para el Monitoreo del Desplazamiento Interno, sin que incluso se alcance a considerar el impacto del huracán Dorian sobre las Bahamas, algo que en materia de víctimas fatales aún no ha sido posible determinar.
Por su parte The Global Risks Report 2019 del World Economic Forum (WEF) ha ubicado en el primer lugar del ranking, de los de mayor riesgo de ocurrencia, a los Eventos de Clima Extremo.
En cuanto a impacto, el mismo ranking establece que, mientras las Armas de Destrucción Masiva se ubican en el primer lugar, en el segundo y tercero en 2019 están el Fracaso de la Mitigación y Adaptación al Cambio Climático y los Eventos de Clima Extremo respectivamente (WEF Global Risks Reports 2017 – 2019).
Mientras los titulares suelen reaccionar de manera importante - pero por poco tiempo - a los eventos de clima extremo y las catástrofes, como es el caso del huracán Dorian y su afectación sobre las Bahamas, las agendas políticas parecieran estar más interesadas en el debate sobre cambio climático y la pugna entre el negacionismo y quienes ponen la alerta sobre el impacto de la acción del ser humano sobre el planeta.
En este escenario enfrentamos un desafío que pareciera ser complejo. ¿Cómo equilibrar las acciones y medidas de largo aliento, versus aquellas urgencias inmediatas?
En simple y solo a modo de ejemplo, ¿cómo lograr los grandes acuerdos en materia de reducción de emisiones y al mismo tiempo ser capaces de abordar adecuadamente las urgencias de aquella familia que lo ha perdido todo, de aquel país o comunidad que enfrenta el desamparo ante una tragedia producto de un evento de clima extremo?
Pareciera que no estamos siendo capaces de enfrentar este desafío de manera adecuada, ese equilibrio tan necesario como urgente.
La construcción de comunidades más resistentes y resilientes frente a eventos de clima extremo requiere de manera importante abordar el aquí y el ahora. El slogan, la consigna, e incluso las necesarias políticas públicas de largo plazo, de poco servirán a una comunidad a la cual le urja satisfacer sus necesidades más esenciales en un momento de crisis.
En materia regional el desafío no es menor. Lo hemos visto con los incendios en Bolivia y Brasil, como los efectos aún desconocidos del huracán Dorian sobre Bahamas.
La necesidad de acciones de integración, coordinación y colaboración son fundamentales para establecer las bases de ayuda humanitaria multilateral, pues frente a catástrofes como las señaladas, el impacto como las capacidades de los Estados para responder y establecer las medidas de recuperación de corto, mediano y largo plazo, a menudo serán insuficientes si se abordan de manera individual.
Se requiere de esfuerzos multilaterales para enfrentar los desafíos logísticos en materia de preparación, de colaboración técnica y económica para asumir adecuadamente la gestión y fortalecimiento institucional de corto y mediano plazo, como también aquellas iniciativas que requieran de despliegues oportunos de ayuda mutua frente a grandes catástrofes con el fin de evitar que la crisis se profundice y extienda.
El debate es necesario, pero también se requiere ser precavido, pues si no va acompañado de acciones concretas suele quedar en las élites - políticas, científicas, en el seminario o el mero trending topic - y la comunidad relegada a observar, algo sumamente complejo cuando ocurre la catástrofe.
Es necesario dar espacio también al pragmatismo con sentido. Aquel que tiene la coherencia con los fines de largo plazo, pero también la empatía necesaria con las comunidades que, más allá del negacionismo o evidencia científica sobre cambio climático, se ve afectada productos de eventos de clima extremo.
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